ESCARPA, ALBERTO
Alberto Escarpa (Burgos, 1968)
Mi infancia más feliz estuvo siempre cerca de un campo cereal -a veces trigo, a veces cebada- donde viví la largura de los veranos esperando, de entre sus espigas llenas, la salida de las aves.
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En el más puro centro de este aire
alondra yo te nombro
la bien aparecida del verano.
[...] la sola verdad de mi canto.
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Ha escrito Alberto Escarpa su particular Cántico Espiritual. Lo ha hecho con la delicadeza y ebriedad conjugadas en la bruñida probeta del orfebre (del estupendo artista quería decir), José Ángel Valente. Líquidos y gases se han compenetrado bien desde esa fuente en este poema de amor como salvación o resistencia, que Antonio Alvar ha sabido interpretar desde el venero de los clásicos latinos. El nombre del amado como alba y retirada de las sombras, o espejo donde se reflejan las quemaduras de la pasión, es el motivo de esta únivoca lección de permanencia con que Alberto Escarpa se cuenta desde un eros sublime y real, verosímil. Siempre en manos de la turbazón amorosa equivocando toda navegación. Su verso pulcro y desnudo, entregado o resucitado por esas señales de la vida y acogida, se escribe desde ese Sublime Eros (no burkianamente), sino pura sublimación, tabla de salvamento y ansiedad. Un talismán o borradura de sombras, luz de resistencia, que deja a la muerte con otro significado. Pedro Salinas no lo habría dicho mejor, sin duda. Este Campo de trigo con alondra, con esa alondra de verdad, cantó Gerardo Diego, sabe de los lenguajes de la poesía esencial desde esa unicidad del reconocimiento del amor como horizonte único con que nos envida entusiasta y entregado. Esa es la alondra de Alberto Escarpa, desde la quemazón del amor como fuente castalia que no aplaca la sed en un campo de trigo. Esa la elevación y ebriedad del caballero contra los fantasmas y gigantes del vacío. Acogido a una época, pero propio en la tendencia, elegante y sucinto, humano, muy humano, se nos acerca con ciclotimias hirientes, apenas embridadas. Sin desolaciones entre conmociones. Polibea y el buen hacer de su auriga, Juan José Martín Ramos, lo han sabido ver y publicar antes que otros.
RAFAEL MORALES BARBA