La importancia de esta
comedia de Bruno, insólita dentro de su producción
exclusivamente filosófica, es que encontramos en ella
el embrión de lo que, con el pasar de los años,
se convertirá en su sistema filosófico.
Toda la producción
bruniana se encuentra en germen en esta comedia y, sobre todo,
está presente la metodología de Bruno, su modo
de trabajar, avanzando y retrocediendo, no desechando nada de
lo recibido de la tradición.
Además, aquí
se encuentra también presente la estética bruniana,
esa estética de lo feo que es lo que le separa del Renacimiento
y hace de él un autor manierista.
Es una comedia que,
ajustándose al canon de la época, ofrece un estudio
sociológico de la sociedad napolitana de su tiempo; este
realismo aparece también en otras obras de Bruno, La
cena dele Ceneri, por ejemplo, retrata la sociedad universitaria
inglesa y los escritos posteriores a su marcha precipitada de
Suiza, la estrechez de miras de la religión calvinista.
Desde el punto de vista
histórico, Bruno nos ofrece su visión de la Europa
que le tocó vivir en la que se refleja también
la agitación religiosa en los lugares que se vio obligado
a recorrer.
Desde el punto de vista
filológico hay que destacar el interés de Bruno
por convencer a sus lectores de la necesidad de una lengua nueva
que sirva para explicar la nueva filosofía, esa nueva
filosofía que era su misión en el mundo; siempre
creyó ser un predestinado, un mesías, y así
actuó hasta que, convencido de la imposibilidad de salvaguardar
el corazón especulativo de su doctrina, se negó
a declararse hereje confeso ante el que más adelante
sería San Roberto Bellarmino y murió en la hoguera
con la lengua trabada para que no pudiese gritar su verdad.