SHAWKI, YASHMINA
Cuando una persona se rompe, no se puede reparar. Quizás sea posible curar las heridas físicas, disimular las cicatrices, pero el interior nunca se recompone. Con el tiempo el dolor se vuelve costumbre, se convive con él. Incluso puede que llegue a convertirse en un amigo fiel, pero nunca se supera. Lo máximo a lo que se puede aspirar es a soportarlo. Miriam Muntasir lo sabía muy bien. Llevaba meses luchando por recuperarse de todo el daño físico y moral que le habían infligido sólo por el hecho de ser mujer y yazidí. Vulnerable, indefensa, presa fácil, había sido sometida a todo tipo de torturas para obligarla a renunciar a todo lo que era como ser humano. Y los fanáticos de Daesh casi lo habían conseguido. Pero, habiendo descendido al peor de los infiernos ya sólo le quedaba levantarse y reclamar lo que en justicia le correspondía, a ella, a los suyos, a todo su pueblo: venganza. La fría, tranquila, meditada y reconfortante venganza.Pero, Miriam no era la única que buscaba hacer pagar a los terroristas por sus crímenes. Malik al Gharoudi, un joven con un prometedor futuro, había dejado, diez años antes, al