VEGA TERCEÑO, CARMELO
Grietas, es más que una novela inspirada en sucesos reales, casos reales, tragedias tangibles que afectaron a una multitud de seres de carne y hueso, muchos de los cuales fallecieron en los siniestros que en estas páginas se narran, y otros tantos que acaso nunca supieron que también habían muerto un poco al perder a sus seres queridos en esos mismos sucesos. Pero también es una novela acerca de la otra dimensión humana que participa viviendo y muriendo en estas tragedias, porque también él deja algo de su piel y de su vida en cada siniestro, como un fatal intercambio por el tizne que se lleva impregnándole el uniforme por fuera y el hollín que le cubren los pulmones por dentro: el bombero.
Carne adentro del aparentemente impertérrito profesional que se enfrenta con la catástrofe, debajo de su uniforme, hay un hombre de carne y hueso que también respira el sufrimiento de sus semejantes cuando acude a rescatarlos, o nada más que cuando tiene que asumir impotente que no pudo hacer nada por salvarlos la vida. No es ajeno al dolor, no es indiferente a la muerte implacable de las víctimas o al derrumbamiento de los deudos, no es invulnerable, sino que, a menudo, esos cuerpos sin vida y esas lágrimas de quienes quedaron desolados ante sus pérdidas, continúan palpitando en él, agonizando, sufriendo y muriendo hasta que, siniestro a siniestro, terminan por conformar en su alma un tumultuoso ejército de fantasmas que la agrietan. No siempre puede liberarlos, porque no es fácil compartir con quienes ama la desolación que presencia, los terribles paisajes que divisa o los infiernos que atraviesa y el desgarro que le quiebra, y todos ellos permanecen en él estancados, pudriéndose o devorándole su propia vida, hasta que un día, o sucumbe en la depresión, o reúne el valor para liberarlos, y vuela.
Grietas es un poco ese conjuro, un cenotafio respetuoso a la memoria de los muchos que perdieron la vida en los siniestros que participó el autor como bombero, y un acto liberador de quien, por fin, después de tantos años de reunirlos y acunarlos y compartir sueños y pesadillas, puede darles tierra con este homenaje y despedirse de ellos para siempre.
Grietas, en este sentido, es un careo con la muerte, un aullido de tristeza, un feroz alarido de desolación, el grito conmovedor del hombre que habitó durante décadas el honor de un uniforme que algunos presienten de acero y heorísmo; pero, sin dejar de ser esto, también es un vis à vis con la vida, un empujón brutal hacia el amor y un glorioso vuelo hacia el más apasionado sentimiento afectivo. Si por amor, y solo por eso, puede un hombre sumergirse en el espanto de la muerte por la única satisfacción de entregarse a sus semajantes poniendo en riesgo su propia existencia, por amor, y solo por él, es capaz de superar y sobrevivir a la muerte para entregarse a la vida.
Como Dante hiciera un día con Virgilio en La Divina Comedia, el autor nos conduce de la mano por los círculos infernales del sufrimiento más inesperado, condensado en algunas de las tragedias que más conmocionaron a la sociedad a lo largo de una década, la de los ochenta; pero lo hace no desde el regocijo del dolor, sino desde la óptica de la esperanza, acaso con la secreta intención no sólo de rendir un sentido homenaje a las víctimas, sino también con el deseo de que todos, cualquiera que sea el lector, comprenda que vivimos siempre con el equipaje hecho y listos para partir, y que, a menudo, son pequeñas cosas, diminutas, insignificantes, las que nos pueden poner en un instante a uno u otro lado de la ribera de la vida.