A estas alturas es difícil decir algo original sobre la pintura. Pero sí es posible, en un momento en el que muchos de los discursos en torno al arte se han vuelto indescifrables, decirlo, al menos, de una forma clara. En la pintura figurativa, la comprensión venía dada por el objeto representado, ya fuese un retrato, un paisaje, una escena bíblica o mitológica o una naturaleza muerta. Bastaba con identificar el tema para entenderla. Pero la pintura moderna, en particular la abstracta, ha roto con todas estas pautas. Siguiendo a Marcel Duchamp, que criticaba a los «artistas olfatorios» aquéllos atraídos por el olor de la pintura al óleo, ésta busca desmarcarse de la concepción tradicional del arte. Pero ¿cómo definir entonces esa pintura moderna, la pintura de la abstracción Trabajar en lo abstracto es, aunque resulte paradójico, trabajar lo concreto. La abstracción no puede servirse del efecto espejo propio de la pintura de la representación, ni recurrir a la rápida corriente de comprensión que se crea entre el autor y el espectador ante pinturas como las de Hopper, Magritte o Warhol, en las que encontramos